Cuando el silencio se detiene, vaga la idea, temblorosa e insegura, entre el anhelo y la memoria hasta posarse, sutilmente, en la punta de un bolígrafo presionado sobre una hoja cualquiera.
Y espera.
Y espera.
Y espera.
Y espera a que no suceda nada, a que la punta no surque la textura y se vea obligada a regresar a la frontera, entre la inconsciencia y la nada, de la que sus primeros atisbos surgieron y se pierda en ella hasta que una nueva oportunidad de encontrar una manera tangible de ser en el mundo se presente o hasta que la inexistencia la consuma por completo y marque en su lápida “aquello que nunca llegó a ser”. O espera a que aquella punta acaricie con delicadeza esa hoja y deje tras de sí el rastro en tinta que, luego, unos ojos seguirán para comprender o incomprender, ignorar o abrazar la esencia misma de lo que, transcrita, desea transmitir. Puede que no sea más que una palabra inerte, una expresión inocua, una acumulación de palabras que, juntas, no significan nada y que serán tomadas como un chiste narrado por un actor de tragedias, un desperdicio de papel, tinta y de tiempo, otra prueba más que documente el insistente fracaso humano. Y, en este caso, su destino sería claro: ser un punto negro en la historia que, en un momento u otro, pasará a ser olvido dependiendo de qué tan profundo haya dejado su nefasta marca en aquellos ojos que siguieron ese rastro de tinta salida de una idea al final del silencio.
Pero también puede que sea una palabra precisa, una expresión profunda, una acumulación de palabras que, juntas, marquen el camino a develar los misterios de una condición humana en apariencia tan incoherente y sin sentido, o creen una historia con la capacidad de destrozar el hielo de los corazones más endurecidos, de dar esperanza a los más desamparados, de dar un escape o un horizonte a quienes no ven en la vida más que el tedio de existir, ser el endulzante para quienes la disfrutan y el descanso anhelado para quienes la padecen. Una poesía del ser, un manifiesto a la vida y a la muerte, un manual de lo auténtico, el título de un misterio o una palabra destinada a hacer germinar en la frontera entre la inconsciencia y la nada una nueva idea que, cuando se acabe el silencio, la inhibición, la censura hacia uno mismo, vagará, temblorosa e insegura, hasta que logre asentarse en la punta de un bolígrafo a la espera de recibir vida o nada de la mano y de la mente de quien su destino depende.
Y tú, idea, ¿qué será de ti? ¿Cuánto confundirás? ¿Cuánto aclararás? ¿Llegarás a ser palabras escrita, compartida, replicada, perseguida o privarás al mundo, a la sociedad, a unos cuantos individuos, a la vida de lo que sea que puedas develar, de las historias que puedas fecundar, de las ideas que puedas influenciar? ¿Y cuándo llegarás, idea, si a pesar del bullicio de un mundo que no calla el silencio persiste?
Sal de ahí, idea, y esparce sobre la hoja vacía el rastro sagrado de tus caricias y permítenos ver qué tan lejos llegarás.
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