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Crónica de un día en la vida de aquel viejo pensante y misántropo de veinte



Un rápido despertar


Amanece. No dormí en toda la noche y, a decir verdad, no tengo intenciones de hacerlo aunque tampoco las tengo de levantarme. Podría aprovechar el momento para terminar aquel ensayo que debo entregar hoy, pero no voy a pensar en eso. ¿Con qué fin lo entregaría si todos los fines son los mismos? Claro, dije que no pensaría en eso y eso es precisamente lo que acabo de hacer. Eso son los pensamientos, una argumentación interna completamente subjetiva y cuya continuidad se ve menguada por todos los otros pensamientos que quieren tener su segundo de fama dentro de mi cabeza. Bueno, no sé si en mi cabeza, mejor en mi mente, pero ¿dónde está la mente? Tal vez en ningún lugar, tal vez en todos lados y tal vez no importe pues, de nuevo, se ha roto toda continuidad de reflexión. Mierda, lo tenía tan claro y ahora es como si debiera volver a empezar. Sin embargo, ¿para qué hacerlo?, ¿cuál sería la finalidad si todas las finalidades son fútiles pues alimentan la ilusión de que estamos aquí por algo, de que somos conscientes para algo, de que pensamos y… Ah claro, era eso, iba a decirme a mí mismo que nos creemos seres pensantes cuando no sabemos pensar para nada. Creemos que tenemos la capacidad de generar pensamientos pero, pareciese, a lo mejor, que las ideas están ahí en el aire peleándose entre ellas para ver cuál es la que mejor se puede aprovechar de nosotros, meros cascarones, con el único fin de materializarse (¿materializarse?) en nuestras mentes bajo la forma de pensamientos. Pero cuando una de ellas al fin empieza a lograrlo llega otra y la destierra. Las ideas no serían muy diferentes, entonces, de nosotros. Todas peleando para llegar a cierto punto, a cierto fin, pero, al igual que con nosotros, todo fin para ellas también es carente de sentido. ¿Nosotros? Siempre hablando en masculino. Aquella idea de que lo masculino es superior a lo femenino sí que llegó a materializarse en muchos sistemas sociales. Maldita idea, malditas todas las ideas y maldito ensayo. Tal vez sea mejor levantarme y terminarlo.


Mis pies están calientes, las cobijas pesan y mi cuerpo se acomoda perfectamente el colchón. Creo que tengo hasta las tres para entregarlo. Tal vez no almuerce y lo termine en esa hora. Nunca almuerzo, es cierto, nunca almuerzo. Bueno, tal vez no me bañe y así ahorre tiempo. ¿Y sentir las axilas pegajosas y la suciedad entre mis piernas? No, gracias, pero no. Tal vez podría faltar a mi primera clase, de todas formas no aprenderé nada en ella. Sí, esa podría ser la solución, aunque si el profesor decide darnos la grata sorpresa de un examen es posible que no pueda graduarme nunca. Pero puede que esa sea la solución que estoy buscando. No necesito un pedazo de papel para demostrarle al mundo mis habilidades. Un pedazo de papel que solo funciona como etiqueta. Si alienígenas provenientes de quién sabe qué lugar desconocido del universo vieran que gastamos tanto solo por un pedazo de papel, ¿respetarían nuestra vida o decidirían extinguirnos por completo para erradicar del universo ese punto azul de estupidez? No, sencillamente no perderían el tiempo con nosotros. No valemos la pena. Aunque qué interesante sería una invasión extraterrestre. Eso sería mejor que esta quietud, que este insomnio que se ha apoderado de nuestra manera de ver el mundo. Insomnio. ¿Sufro de eso? No, no creo, sufro de pensar. Tal vez sea esa nuestra peor enfermedad, el pensamiento.


Ahora sí debería levantarme en vez de seguir dando vueltas en mi cabeza. De nada sirve, ¿no? Nos creemos tan especiales por esa supuesta capacidad, pero el pensamiento no es más que una manera para enmascarar el hecho de que no somos tan diferentes de los insectos ya que funcionamos, como ellos, solo por estímulo y respuesta. Sucede algo, respondemos a eso y en medio de esa relación hay toda una maquinaria cognitiva que no cambia el hecho de que ese algo sucedió y de que dimos cierta respuesta. Estímulo respuesta. No entregar ese ensayo estimulará a la profesora y su respuesta será ponerme cero. Claro, ella pasará por un proceso de basura emocional y cognitiva, pero, de todas maneras, me pondrá un cero. El no poder graduarme estimulará a mi padre y a mi madre su respuesta será demostrarme, de nuevo, cuán decepcionados están de mí. Y, de nuevo, ello después de un proceso mental plagado por normas sociales y morales, como si esas dos categorías fueran las que dirigieran nuestro modo de ser en el mundo. Claro, en la letra chica del contrato de la existencia debe decir que esas normas solo servirán para aquellos que se puedan adaptar a ellas. ¿Qué pasa entonces con los que no lo hacemos? Ir a un psicólogo para que nos vuelva a poner el collar de perro en cuyo extremo está la firme mano de lo socialmente aceptado. Si no funciona, al psiquiatra para que a punta de drogas nos haga ser más dóciles y más fáciles de “arreglar”. Si no funciona, al manicomio para alejarnos de la armonía social que podríamos llegar a quebrar. Y sí, ahí también nos drogan, la diferencia es que no lo harían para “arreglarnos” sino para que aquellas personas felices que están fuera de los muros de la supuesta locura piensen que sí están haciendo algo por nosotros en ese lugar. O a la cárcel, para castigar nuestra indeseada inadaptabilidad con la esperanza de que eso nos haga “mejores ciudadanos”. ¿Y sí ninguna de estas funciona? ¿Esperar a que el ojo negro escupa su fuego hacia nosotros ordenado por nuestra propia mano? No, eso no es para cualquiera. ¿Encontrar la manera de que nuestra inadaptabilidad se dé la mano con la sociedad y que ambas puedan crecer juntas sin tener que disputarse? Un mundo rosa, me da náuseas pensar en ello. Y ¿qué tal quebrar la sociedad y sacar a todos de su estúpida ilusión de felicidad y de libertad? Sí, eso es, pero ¿con qué fin? Sacarlos de una ilusión para llevarlos a otra y todo porque si no es por ilusiones no podríamos aguantarnos los unos a los otros. Qué complicado. Y más complicado aún es entender cómo hablar del pensamiento me hizo llegar al punto de querer quebrar la sociedad. Es como una mala argumentación, como un ensayo escrito para que los ojos ardan de falacia. Y ahora siento un desazón. ¿Cómo ligarlos para arrancarme esta sensación tan monstruosa?


Piensa, piensa. Claro, ahora sí quiero pensar. Qué absurdo. Tal vez podría decir que esa ilusión se basa en el pensamiento, pues es el proceso que la genera. Pero el pensamiento también sirve para darse cuenta de la ilusión y, así, erradicarla, como si ella ya estuviera ahí. ¿Entonces por qué la idea de ilusión quisiera combatirse a sí misma? Tal vez solo así puede transformarse y tal vez solo al transformarse pueda volver a sentir el placer de haberse materializado por medio de los cascarones nefastos que somos.


Mierda, me duele la cabeza y ya es tarde. Ya no quiero pensar más en idioteces. Qué buena manera de empezar el día.


Un baño divertido


Siempre me he criticado a mí mismo por durar mucho tiempo bajo la ducha. Sé que debería durar menos por varias razones. Una de ellas es ambiental, estoy desperdiciando el agua. Claro, el agua potable, si fuera una razón de verdad ambientalista hay que tener en cuenta que la cantidad de agua en sus diferentes estados en el planeta siempre es la misma. Pero los supuestos ambientalistas solo se refieren al agua en estado líquido. Es decir el agua que plantas y animales pueden consumir. Entonces ellos no son ambientalistas, son… no sé cómo decirlo, ¿vivientalistas? El caso es que el medio ambiente se compone por mucho más de lo que está vivo. Menos agua en estado líquido y más agua en estado gaseoso puede que tenga sus ventajas para otro tipo de organismos desconocidos o para ciertos estados de materia que se podrían descubrir en el planeta si no hubiera tanta mediocridad. Pero claro, defendamos solo lo conocido puesto que lo que no conocemos no importa. Además, decir que desperdiciamos el agua (en estado líquido) es darnos demasiada importancia, pues quienes realmente lo hacen son las grandes multinacionales capaces de secar ríos y lagos enteros con tal de llenar los bolsillos de un barrigón cuya único deseo, además de satisfacer fetiches sexuales que van más allá de las leyes, es el de tomarse una piña colada ante un paisaje caribeño mientras que sus empleados son abusados y explotados para que sigan abusando y explotando un recurso que representa nuestra mayor necesidad básica. A ese barrigón y sus semejantes es a quienes hay que condenar y no a un pobre desgraciado que se queda cuarenta minutos en el baño solo para pensar en idioteces. El caso, cómo me gustaría encontrar mejores palabras para esto. Pero no, la mediocridad también me afecta. Y sí, esa es la razón ambientalista.


También está la razón de la empatía social. Uso toda esta agua para ducharme cuando hay tantas personas en el mundo que la anhelarían para subsistir todo un mes. Esa podría ser una buena razón si quisiéramos actuar en el mundo solo por lástima. Y es que es tan obvio que el agua que voy a dejar de gastar en el baño les va a llegar a ellos como por arte de un milagro. Eso díganle a las personas que quisieron hacer una ciudad en pleno desierto, una ciudad dedicada al despilfarre completo y a los excesos. Pero claro, esa es la ciudad que hay que visitar si lo que uno quiere es embriagarse, drogarse, pasarla de fiesta y efectuar un matrimonio que quedará en olvido bajo la resaca del día siguiente y, por ello, no la podemos criticar. Idiotas. La otra razón es la económica y es la más real. Mis padres usarán las razones anteriores para persuadirme de acortar el tiempo que paso en la ducha, pero su objetivo no es salvar al mundo del calentamiento global ni erradicar las carencias de las personas más necesitadas, sino que la factura llegue por un menor precio. ¿Qué otras razones? No lo sé. Si las hay, pues que sean mejores. Gracias.


El caso es que sé que debería gastar menos agua, pero, en mi defensa, podría decir, además de lo que dije por mi incapacidad de ordenar mis reflexiones, que este es el único momento placentero del día. Es más, sentir el agua caliente caer desde mi cuero cabelludo por mi rostro, por mi cuello, por todas las partes de mi cuerpo hasta los pies es uno de los pocos placeres verdaderos que he encontrado en esta vida. En esta vida, como si fuera evidente que pudiéramos tener otras vidas. ¿Egoísmo? Podría ser, poner un placer por encima de todo lo demás, claro, en el caso en el que ello genere un verdadero daño al mundo, un daño significativo, o a los que no pueden disfrutarlo, o al recibo de la luz. Bueno, en el caso de este último sí hago un daño, pero, entonces, sería un daño insignificante si se compara a otros tipos de daños mucho más devastadores. Resulta que cuando siento el agua caliente en mi cuerpo puedo relajarme hasta tal punto que no puedo hacer otra cosa más que pensar.


Pensar, pensar, pensar. Es increíble cómo en cuestión de minutos los pensamientos pueden esfumarse de la memoria. Recuerdo que estando acostado en la cama llegué a una conclusión sobre el pensamiento que no era muy alentadora. ¿Qué era malo? No, no pude haber caído en esa estupidez de tener que clasificar las cosas entre buenas o malas. ¿Qué era, qué era? Ah, sí, que el pensamiento era la peor enfermedad. No, no sé si la peor, solo una enfermedad pues la peor de ellas es la vida misma. Es curioso cómo las enfermedades que no son socialmente reconocidas como tales pueden llegar a ser tan atractivas. “Hay que vivir la vida”, qué cliché tan ridículo. O el simple hecho de que pensar sea lo que más me haga durar en la ducha. Por la enfermedad es que siento uno de los más grandes placeres que puedo llegar a sentir. Entonces, el pensamiento es como una enfermedad de sumo placer, es como una droga y, tal vez, la peor de todas, pues mucha más gente ha muerto por las consecuencias de sus pensamientos que por la heroína, la cocaína, el opio, la marihuana, el alcohol, la nicotina y el azúcar juntas.


Ay, olvidé por completo la cafeína. Pero bueno, qué le voy a hacer, ya terminé con la idea o, mejor, ya la idea terminó conmigo.


Hay personas que son buenas para muchas cosas y pensé tanto para qué yo era bueno que me volví bueno en eso mismo, en pensar. Pero puede que no sea eso, puede que, simple y llanamente, yo sea el ejemplar perfecto para que las ideas se materialicen. Y es que llegan siempre a mi cabeza y me atacan con su obsesión de generar dialéctica. Aunque no deben ser las ideas más inteligentes ya que esa materialización se queda a mitad de camino. Pueden convertirse en pensamientos a través de mí, pero nunca, nunca, podrán convertirse en acciones. Si soy sincero conmigo mismo, no tengo lo que se necesite para ser un actor relevante en este mundo. No seré un agente de cambio ni generaré un gran impacto. No. Solo sirvo para pensar, para que sean los nombres de otros los que ocupen los libros de historia, y para durar decenas de minutos bajo la ducha. Si el agua caliente no se terminara nunca lo más seguro es que esas decenas de minutos se convertirían en horas. Ello no sería bueno, no, no sería bueno para mi ensayo.


Mi ensayo, lo había olvidado. Ya debería salir de acá. Solo un poco más, diez respiraciones más, otras cinco. La mitad de mi cuerpo está helado, debería calentarlo, solo un poco, por unos segundos más, por otras diez respiraciones. Ya casi se va a acabar el agua caliente. Solo un poco más.

Ya, de ahora en adelante intentaré no durar más de cinco minutos. Con ello practicaré para la cárcel.


Pasos seguros


No pude tomarme el chocolate, el ensayo no me dio tiempo. Pero no, no es culpa de él, sino de las presiones que nos llevan a hacer cosas que, a la larga, no servirán para absolutamente nada. La presión por estudiar, la presión por recibir buenas calificaciones, la de tener que ir a unas ridículas vacaciones con la familia, la de volver a estudiar, la de graduarme, la de, de nuevo, volver a estudiar, y otra vez las malditas calificaciones, y la de conseguir ese papel insignificante que dice que ya estoy preparado para algo cuando nadie nunca está preparado para nada. Y luego la presión de conseguir un empleo, de escoger la vestimenta para todas las entrevistas de trabajo, y luego la de laborar y perder toda la vida haciendo algo que no es para uno sino para un maldito sistema. Y cómo dejar de lado la presión de tener que enamorarme, de tener una esposa, de tener hijos y, por último, la presión de tener que presionar a mis hijos para que pasen por la misma tortura. Y, de nuevo, ¿para qué? Considero que la Biblia solo tiene algo de cierto, o tal vez mucho, pero no soy ningún bobliofílico y solo llega a mi mente esto : “polvo eres y en polvo te convertirás”. Salmo no sé qué del libro quién sabe cuál escrito por el apostol ni idea quién será. Solo somos polvo y ello significa que, si existe un ser superior, no seriamos más que mugre para él y tal vez hasta ahora esté alistando la escoba.


Claro, no falta quien se crea medianamente inteligente para venir y embellecer banalmente esa expresión añadiéndole “de estrellas”. Polvo de estrellas. Qué absurdo. ¿Cómo podríamos ser eso si nada brilla en nosotros? Nada, bueno, tal vez… no, nada. ¿Algún día habremos tenido ese brillo? No lo creo, y si sí, qué triste es haberlo perdido. ¿Algún día lo tendremos? Tal vez, pero considero que no, el cambio en nosotros mismos tendría que ser muy grande, demasiado.


El brillo, puede que en realidad sí lo tengamos, pero se manifiesta solo cuando lloramos, ya que las lágrimas muestran el brillo en los ojos. Solo brillamos cuando nos damos cuenta de lo miserables que somos. El problema es que lo notamos solo de forma momentánea y por razones meramente enmascaradas. Por la pérdida de una materia, por la pérdida de un partido, por la pérdida de un ser querido, por la pérdida de un maldito dulce. Sí, también lloramos de felicidad, pero es que no puede haber felicidad sin miseria. Se nos hace tan difícil ver que somos miserables por naturaleza y puede que por eso nuestro brillo sea opaco la mayor parte del tiempo. Entonces Carl Sagan puede que tuviera razón, puede que sí seamos polvo de estrellas.


Pero el brillo, el brillo, el brillo, qué palabra más positiva. Típico de una especie que cree que la luz es la salvación completa solo porque le da mucha importancia a los ojos para percibir el mundo. Si nuestro sentido predilecto fuese el oído, ¿el silencio sería el infierno y la basura auditiva sería la salvación? ¿Escuchar el fastidioso llanto de un bebé sería mejor que el silencio? Y si fuera el gusto, entonces lo bueno, el camino al cielo, serían siempre tener un dulce en la boca en cuyo caso los pobres diabéticos estarían condenados al infierno por ser pecadores desazucarados. Si fuera el olfato sería incluso más complicado, ya que lo bueno serían las rosas, los perfumes, el olor de los libros nuevos, pero no habría nada más malo que nuestro propio interior. ¡Qué náuseas! Tan bonitos por fuera y tan fétidos por dentro. Sí, suena tan absurdo y eso demuestra cómo es de absurdo pensar que la luz es el bien y la oscuridad es…


Mierda. Mierda. ¡Mierda! ¿Por qué demonios hay caca de perro en medio del andén? ¡Mierda! No hay pasto para limpiarme. Tendré que hacerlo con el borde del andén. Qué asco, ahora voy a oler a caca durante el resto del día. Primero el chocolate y ahora esto. Y cómo olvidar ese maldito ensayo, este día va de mal en peor. Aunque, bueno, realmente no hay ni buenos días ni malos días, solo son días. Eso de tener que separar las cosas entre las que hacen parte del bien y del mal, de la luz y la oscuridad, del sonido o del silencio, es algo que solo lo hacen las personas más perdidas en el universo. Y, claro, eso es lo que somos al fin y al cabo, simples seres tan perdidos que deben esforzarse en darle un orden al supuesto caos (y es que somos incapaces de ver los patrones en el caos) para encontrar el camino (que en realidad solo inventamos) que nos haga hallar algo que también sería salido de nuestra propia mente pero que maquillamos como el sentido de nuestras vidas. El sentido de la vida, qué cuestión filosófica tan absurda y tan manoseada por adolescentes que no tienen idea de qué hacer con sus vidas (como yo). Y es que aceptar que sí hay, de hecho, algo como el sentido de la vida, equivale a aceptar la existencia de un ser más allá de nuestra mera vida que en algún punto de la historia universal escribió en sus planes cósmicos que un sentido en la existencia de cada ser humano. Pero, en mi muy falsa-modesta y tal vez no muy acertada opinión, la pregunta por el sentido nos hizo crear a aquel ser para evitar la soledad provocada por aquella verdad relativa de que estamos solos y desamparados como especie “inteligente” en el universo y la realidad es que no, no hay un sentido existencial para nuestras vidas. Ello debe generarnos frustración y culpamos a lo que está fuera de nosotros mismos ya que creemos que el problema es del mundo y no de nuestra manera de ver el mundo. Pienso que la culpa es del cerro de mierda que acabo de pisar, del inexistente pasto y hasta del andén, cuando el problema realmente reside en el mismismo hecho de pensar. No, no tanto de eso, sino de cómo usamos esos pensamientos, ya que los convertimos en el medio para justificar nuestras acciones y para juzgar a todos y a todo aquello en lo que creemos ver un problema. Si no pensáramos no habría ni bien ni mal, ni luz ni oscuridad, no juzgaríamos, no nos juzgarían, no habría culpables ni inocentes, ni tampoco sentido ni sinsentido, solo seriamos sin más, solo…


Mierda. El chocolate, la mierda, el ensayo, ese maldito, y ahora esto. ¡Cómo detesto estas cosas! Ahora resulta que un grupo de personas cuya inconformidad es momentánea tiene bloqueado el maldito carril del bus. Véanlos allá, gritando, maldiciendo, insultando a un simple bus creyendo que con eso van a lograr el gran cambio en el sistema. Y pensar que esos revolucionarios nunca lo habrían sido si el maldito bus hubiera llegado treinta segundos antes. Y pensar que esos revolucionarios solo lo serán hasta que el miedo a sus presiones los haga retornar a la rutina de sus vidas sin sentido. Perjudican a un tercio de la ciudad solo por esos treinta segundos y porque el servicio de transporte no es de cinco estrellas. Mierda, ojalá les pasen un bus por enci…


No, no, debo calmarme. No debo desear ese tipo de cosas solo porque me acaban de perjudicar. Ellos deben tener sus buenas razones. No se puede estar contento con un sistema de transporte que deshumaniza al tiempo que intenta satisfacer la necesidad de movilidad. Y es que cuando se quiere sacar el máximo provecho de una necesidad la deshumanización se hace presente y nos convierte en meras ratas. ¿Cómo se podría estar contento con eso? Estamos tan acostumbrados a sentirnos por encima del resto de los animales que cualquier acto que nos haga sentir que bajamos al nivel de ellos nos enfurece. Es comprensible que quieran desahogar su inconformismo de esa manera, pero no comprendo cómo pueden ver la deshumanización en ese sistema de transporte y no en el hecho de que un maldito comercial que vende algún producto inservible los haga ir a comprarlo como si fuera una necesidad básica.


¡Bien! Bloqueemos la maldita ciudad, pero vayamos mañana a comprar el último modelo de la marca más costosa de celulares, que se diferencia de su predecesor solo por tener la pantalla más grande y porque la cámara tiene un embellecedor de caras ya que es mejor ser bellos en lo virtual que en lo real. Sí, no protestemos por esa deshumanización tan brutal y sí porque el bus llegue tarde. O mejor aún, protestemos por esto y no por el hecho de que desde que nacemos nos enseñan a no ser más que ovejas que deben seguir las órdenes de un pastor llamado capital. ¿Por qué preferimos ser ovejas que ratas? Sí, las ratas son sucias, sí, viven en la alcantarilla, sí, se alimentan de basura, pero al menos tienen algo que una oveja nunca va a tener y eso es un poco de libertad. Y es que desde que nacemos nos empiezan a enseñar a no ser libres, pero etiquetan la esclavitud a la que nos someten con la palabra “libertad” y es por ello que nos creemos libres cuando vamos a comprar el maldito celular último modelo. Mierda, ni siquiera los animales harían semejante estupidez y todavía nos creemos superiores a ellos. Así que no solo el pensamiento nos hace ser menos que los animales sino que, además, nos hace creer que somos más que ellos y eso es lo peor del pensamiento, creemos que por ser pensantes somos superiores cuando, de hecho, pareciese ser todo lo contrario.


Ahora no puedo hacer más que seguir caminando y aceptar que no podré ni asistir a mi primera clase ni terminar mi ensayo. Al menos así la mierda se caerá más rápido de la suela de mi zapato. Solo espero que pueda encontrar una piedra que pueda patear hasta la universidad y espero que sea amorfa, esté llena de barro, huela feo y se llame humanidad. No, no le echaré la culpa a la humanidad pues eso ya no tiene sentido, ya no hay nada humano en nosotros.


Adiós protesta llena de futilidad. Mañana los veré llegando a sus trabajos o a cualquier antro similar como si nada hubiera pasado. Bueno, no los veré, no soy ningún ser imaginario dotado de poderes absolutos como la omnipresencia, pero sabré que eso sucederá.


¿Pero en dónde quedo yo en todo esto? Pensando en todo lo nefasto del mundo, de nuestra experiencia y de nuestras acciones en él, cuando lo que más me preocupa en este momento es el ensayo. Debería decirle a la profesora que no me importa su estúpido ensayo, que lo que yo quiero es poder sacudir a la humanidad, echarle agua fría y hasta cachetearla para que despierte y reaccione y empiece a luchar por algo realmente importante. Luchar contra la enajenación, contra la falsa libertad que nos están vendiendo, contra las necesidades que realmente no son más que banalidades, contra la ilusión en la que vivimos, contra la manera en la que se supone que debemos vivir nuestras vidas, contra el guion que cada quien debe seguir en este sistema social, contra las presiones que nos hacen seguirlo, contra todo aquello que nos genera esas presiones, contra las personas que nos controlan, contra aquello que las controla a ellas, contra nuestras creencias sin sentido, contra nuestros anhelos impuestos, contra todo aquello que creamos que no es auténtico en nosotros y, por ello, contra nosotros mismos, pues todo se resume a que la lucha más importante es la que cada persona debe tener consigo misma. El violento no deja de ser violento por ir a prisión, deja de serlo por una victoria de su yo culpable contra su yo violento. El matón no deja de serlo porque un programa de televisión le escupa en la cara que el matoneo es malo, sino por una lucha que su yo empático le gana a su yo antipático. El corrupto no deja de serlo porque la ciudadanía proteste en su contra, sino por una lucha entre su yo generoso y su yo ávaro. El cambio debe venir desde la mentalidad de cada persona, es decir que debe ser, en su origen, individual. Pero tal cambio en la humanidad es imposible. No existe lo ideal, no existen las utopías. Todo siempre ha sido y será una distopía, una social proveniente de una mental. Para cambiar la social hay que luchar contra la mental, pero la palabra imposible existe y se hace más aguda cuando se trata de la humanidad.


Pero una distopía mental no tiene mucho sentido. Tal vez sea mejor llamarla dispsyche o cacomenthe. ¿Cacomenthe? parece más una ofensa vulgar que un palabreja destinada a ser adoptada por la academia. Tal vez resulte mejor la palabra “distimia”, pero no, ya existe y su definición es diferente a la que quiero poner en adopción.


La amena entrada


¡Maldita sea! Justo cuando tengo prisa mi maleta tiene que enredarse con el torniquete que debo pasar para entrar a la universidad. Sí, un torniquete para separar el saber de todos aquellos que no tienen el dinero suficiente para ingresar a ese saber. ¿De cuándo aquí el saber tiene que ser para unos pocos que pueden pagar por él y no de todo el que quiera consumirlo y dejarse consumir por la historia, las matemáticas, las artes, la ciencia, la pseudociencia y los dogmas académicos? Claro, hay que pagar el mantenimiento de las aulas, claro, hay que pagar los servidores, el personal administrativo, los profesores que enseñan sus puntos de vista acerca del saber. Pero lo que en realidad se paga es o el compromiso por conocer más de lo que se conoce y especializarse en aquello que se quiere para satisfacer las ansias de saber o el hecho de que luego de sumcumbir a la promesa irrisoria de que con más saber en un área específica más amplia será la cuenta bancaria en un futuro. ¿Qué nos podrían decir de ello los ya graduados? ¿Es real que todos lograron conseguir un empleo digno en aquella área que tanta ilusión les causó en el momento de pagar una matrícula y quedar endeudados casi de por vida? Y ahora me arrepiento de tener que pasar tantos años de mi vida en esto, pero no por la calidad de lo aprendido, sino debido al método para lograrlo. ¿Quién nos dijo que la universidad era el único método para adquirir saber? Aunque hagan parte de la humanidad, admiro a los autodidactas, pues son la prueba de que la academía representa solo una de las maneras de adquirir conocimiento y, tal vez, la más limitada. Ojalá que la autodidaccia fuera igual de reconocida. Ojalá que yo fuera un autodidacta. Pero no, soy un vago indisciplinado que debe sentirse obligado y pagar para tener un sentido de pertenencia ante una institución y los cursos que imparte. Y por eso es que debo terminar ese maldito ensayo cuya entrega es para hoy y que no he avanzado debido a que, en parte no muy insignificante, padezco la enfermedad del pensamiento. Una enfermedad que…


¡Mierda! estúpido escalón! Es increíble que un centro del conocimiento sea construido por personas que no tienen la más mínima idea de cómo hacer para que la altura sea la misma en todos los escalones. Y ahora puedo ver la risa oculta en todas esas miradas de estudiantes que no tienen otra ocupación más que estar atentos a quién será la próxima persona que se tropiece con una escalera construida con negligencia o, tal vez, con esa misma intención de hacer tropezar a los andantes, en cuyo caso quienes la construyeron pasarían de negligentes a ser genios de la decadencia humana. Hoy fui su víctima, pero si las circunstancias se dieran y llegara a la conclusión de que la mejor manera de pasar el trago amargo de la vida es mediante la risa, bien podría convertirme en victimario.


Y es que tal vez sea esa la respuesta. Tal vez sea con la risa que se pueda erradicar el in de lo insoportable. Así que sí, voy a reírme de los golpes del dedo meñique contra una mesa y del momento en el que, enjabonado, se acaba el agua en la casa. Sí, voy a carcajear por los retardos que provocan ensayos no entregados y del sinsentido mismo de elaborarlos cuando lo que depara el futuro es tan gris como la búsqueda de la primera frase para empezarlos. Voy a descuajaringarme ante la intrusión de pensamientos indeseados que, como son todos, me provocaría una asfixia hasta la muerte. Y también voy a reírme de ella, sí, señoras y señores, de la muerte, causante de las mayores tragedias y tema principal de esas películas que hacen que los ojos se chorreen en llanto, y es de la que más me reiré aunque parezca que me lleva como a un niño asustado y aferrado y no como al que ha podido dominarla por completo pero que llora de la risa y no de angustia. Y si voy a reirme de mis desgracias, pues tendría que hacerlo de las de los demás. Pero ¿cómo reirme de los niños que mueren de hambre frente a los ojos de gobiernos indiferentes, de las mujeres violadas para las que la justicia si no demora es porque no llega, de los miles de muertos provocados por guerras que, a pesar de la máscara libertaria, tienen como finalidad conseguir más recursos, de los que se quitan la vida a causa de sociedades que poco apoyan, de los que permanecen con vida a pesar de ansiar la muerte? ¿Cómo me voy a reír de todo ello?


Pues parece que no, la risa no es la respuesta y ya ni siquiera sé porque aquel concepto de respuesta entró en los mecanismos de mis pensamientos. ¿Será que en realidad estoy buscando una respuesta? ¿Pero qué respuesta puede haber ante la decadencia de una especie que en realidad no decae pues siempre ha estado en el inframundo de la decencia? Y no de la decencia en palabras conservadoras y, por ende, tradicionales y, por ende religiosas, que se refieren al cubrir cada centímetro de piel y a la mojigatería perpetua, sino a la decencia en cuanto al respeto hacia el otro (y la otra, sí, lenguaje inclusivo), hacia el mundo (y la munda… mal chiste) y hacia sí mismo (y misma), un respeto no dictado por leyes morales sesgadas por puntos de vista sociales, sino por la mera idea de vivir y dejar vivir, morir y dejar morir, sin incomodar. Y qué díficil que resulta todo ello, tantas variables a tener en cuenta y contradicciones que pueden generarse que no dan otro resultado más que la imposibilidad para que la condición humana se eleve al menos unos centímetros de aquel piso de excremento en el que se encuentra. Mierda. Que absurdo tener que llegar a clase para saber que con ella o sin ella el mundo será exactamente el mismo. Tal vez sea mejor acostarme sobre el pasto, cerrar los ojos y dormir un rato, total, hace rato descarté la idea de terminar ese ensayo. Lo peor que puede suceder es que la negociación con la profesora concluya en que debo entregarlo para la próxima clase con el sacrificio de medio punto en mi calificación final. Medio punto. Eso es algo que puedo dejar ir. Ojalá que siempre fuera así de sencillo dejar ir. Dejar ir, dejar ir, dejar irme o dejarme ir hacia esos oscuros colores que se presentan en mis párpados cerrados y que van dibujando las primeras formas del sueño.


La ansiada entrega


Siempre quedo con picazón en la nuca cuando duermo sobre el pasto. No sé si son bichos que me pican en el cuello y si son las hebras de pasto que se aprovechan del durmiente para inyectarle su veneno de vida. Y ahora me siento culpable por poner la pereza por encima del ensayo. Ese medio punto tal vez sea la diferencia entre la satisfacción personal y la frustración barrendera de autoestima. Qué idiotez. Tan fácil pensar en dejar todo de lado pero tan difícil que resulta hacerlo. De nuevo el pensamiento causando incoherencias existenciales que solo nos generan culpas y más culpas y frustraciones y más frustraciones. Y qué difícil que será abrir esta puerta que tengo en frente y recibir todas aquellas miradas que se dirigirán a mi por llegar tarde (sí, dormí mucho) y, más aún, que quedarán a la espectativa de que deje en el escritorio de la profesora un documento impreso de cinco páginas que responda a una pregunta que no recuerdo y proponga una tesis que nunca formulé por el simple hecho de que solo escribí palabra tras palabra sin la menor intención de perseguir la respuesta a una pregunta de investigación. Y ya deja de pensar, deja de pensar, apaga tu cabeza y permite que el saber del curso entre sin mayores obstáculos para ser retenido o, y es lo más probable, olvidado en los días siguientes.


Plano negro, negro plano, negra planicie que se extiende entre el minutero del reloj y la hora final del curso y se mezcla con la ansiedad que me produce la falla inminente de ese ensayo no entregado. Tanta frustración y culpa en tan poco tiempo. Tantas manchas negras en mi biografía y justo añado una nueva, una de las más viles, pues la oportunidades de dejar ese espacio en blanco las tuve y por montones. Pude levantarme apenas desperté y no durar tanto en la ducha y, de esa manera, habría pasado por el lugar de la protesta antes de su inicio. Y pude llegar e ignorar las miradas, el sueño y mi primera clase (aunque eso sí lo hice) para terminarlo. Incluso pude poner el pedazo de excremento como punto final y entregarlo a la profesora de manera que al sujetarlo el dedo pulgar de ella oprimiera la materia maloliente. Pero no, el día de hoy mi camino fue distinto y todo por culpa de esas ideas desgraciadas y su obsesión por posarse en mi cabeza a cada segundo. Y es vergüenza, lo que siento es vergüenza. No debería importarme en lo más mínimo pero ¿cómo hacer para ser razón y solo razón y abandonar por completo toda mi capacidad emocional fútil e incapacitante? No se puede, soy humano, desgraciadamente humano.


El minutero del reloj se acerca al final de la clase y del inicio de mi deshonra perpetua cuando oigo su voz, que ya no es como la de un ogro verdugo y pestilente con completa inhabilidad para eyectar los esputos de su garganta, sino la de ángel que trae las mejores noticias provenientes de la divinidad de su cuerdas vocales. Mañana vence el plazo, nos dice, para entregar el ensayo, termina, y el mundo y la humanidad recobran su brillo perdido. Aunque, ¿hasta cuándo?


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