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El Corredor





El viento sopla, sopla por el camino entre los muros de alambres y hace que mis cabellos rocen con suavidad mi cuello y mis mejillas. Siento las cosquillas, son placenteras. Me recuerdan a Tania cuando pasaba las yemas de sus dedos, manteniendo apenas el contacto, sobre mi antebrazo y mi espalda, y mi torso y mis piernas y mi rostro. Quiero rascarme para llevar esta gota de placer hasta su punto auge y hacerla desaparecer a la espera de que vuelva a presentarse. Pero por más que intento no logro levantar los brazos. Los siento húmedos y la tierra bajo mis manos está mojada. Intento hacer bolitas con ella, pero el temblor de mis dedos no me lo permite. Hace frío, mucho frío aunque por alguan razón siento calidez en el líquido bajo mi cuerpo. Y a pesar de la humedad, del lodo y del frío, parece que mis brazos ya no son míos. No los controlo. Solo están pegados a mi cuerpo pero no me pertenecen. Tal vez mañana vuelvan a ser míos. Mañana.


Mañana al atardecer,


Sí, lo recuerdo, ese poema de Víctor que quise reescribir a mi manera.


a la hora en que las estrellas,

allá en lo alto…


Las estrellas, no las veo, solo veo el cielo gris y el alambre de púas en espiral que lo atraviesa. Sobre él hay un ave. ¿Qué esperas? Vete y vuela, no sea que tal vez te encarcelen a ti también. Vuela, yo ya lo intenté. Corrí como nunca lo he hecho en mi vida, más de lo que mis raquíticos músculos pudieron haber aguantado hace unos días. Tenía tantas ganas de lograrlo, tantas ganas de llegar, pero por más que me esforcé, no fue suficiente y ahora mis piernas ya no son mías, tampoco me pertenecen y lo único que siento de ellas es la humedad y su indiferencia ante las ansias de pararme y continuar. La indiferencia. Sí, así continúa.

…lancen con indiferencia su luz

sobre los corazones perturbados.


Sí, recuerdo que cuando lo escribí, Tania me había abandonado y generalicé el estado de mi corazón al de los que palpitan en el pecho de los demás. Todos tenían el corazón perturbado, deshecho, pulverizado, pero ahora pienso que no fue culpa de ella, nacemos con el corazón en ese estado y a lo largo de nuestra vida no hacemos más que intentar recoger los pedazos y unirlos con el pegante de aquello que dé sentido al existir. Yo pensé que era ella, pero no, resultó que saltar la alambrada era lo único que podía recomponerlo, sí, escapar de la esclavitud y del lento morir al que estaba sometido. Y ahora por fín lo siento latir, lento pero seguro. Lo único que tenía que hacer era partir. Si, partir.


Partiré.

Saldré de mi escondite y me adentraré en un mundo

Alejado de todo y muy cercano a ti.


A ti, a ti. Pero, ¿quién eres? No eres Tania, no, me aleje de ella, de mis amigos y de mi madre para encontrarme contigo. ¿Quién eres? No eres una persona, vas más allá de eso. Tal vez seas esa ave. Sí, tal vez lo seas. ¿Dónde está? Sí, el ave sigue ahí y el cielo ya se ha oscurecido un poco. Creo que oigo voces a lo lejos. Susurros escondidos tras las cercas. ¿Qué es lo que dicen? Pon atención y escucha. Están gritando un nombre, tal vez sea el mío y esa sea la voz de mi madre. También hay sirenas, de ambulancias o de patrullas, no lo sé. Ahora es la voz de mi padre la que resuena. Me dice que en el mundo no existen ni los buenos ni los malos. Pero no puede ser, él murió hace años. Recuerdo cuando me lo dijo, él leía un libro de soldados y yo estaba sentado en su regazo. Pero ahora estoy tumbado en el lodo. Si sigue la lluvia tal vez me ahogue. Debo levantarme, debo hacerlo, no puedo ir todavía a ver a mi padre, debo verte a ti. ¿Cómo seguía? Era algo con los ojos. Sí, ya recuerdo.


Miraré por las ventanas de mi alma acongojada

El vacío en el camino que pisotearan mis pies.

No importará el peligro,


Eso es precisamente lo que pensé cuando planeé todo esto, que el peligro era lo de menos y, es cierto, es lo de menos cuando la meta es por fin juntar los pedazos del corazón.


No importará el sendero


No, no me importaba tampoco este corredor, esta tierra de nadie entre las dos alambradas. De hecho tampoco me importa ya ninguno de ambos lados, pues no existen ni los buenos ni los malos. Ahora me siento tranquilo, acostado en el único espacio huérfano de esclavitud. Intento hundir mis manos en el cálido lodo. Sí, calientense. Todo está tan relajado que hasta los recuerdos se mezclan con mis sentidos. Mi padre fue un gran hombre de muerte prematura. Un disparo le quitó el respiro. El sonido de ese disparo es tan fresco en mi memoria, como si lo hubiera escuchado hace poco en algún lugar de este sendero. Y el olor a pólvora, sí, también lo recuerdo y lo siento, como si emanara de esta cálida tierra mojada sobre la que mi cuerpo descansa. Ahora ese olor se mezcla con el del hierro punzante, agudo, como si la noche fuera a traer consigo una tragedia. La noche que se avecina tras lo grisáceo de ese cielo. La noche amargada.

Ni la sombra constante de la noche amargada

Pues estarán mis pensamientos

Concentrados en la esencia que perdí

Cuando partiste.


¿Cuando partiste tú, Tania, o cuando partiste tú, papá? Siempre estamos perdiendo, siempre hay quien parte y no regresa. Incluso tú, pequeña ave, ¿cuánto has perdido hasta el día de hoy? Primero se fueron ellos y ahora intenté ser yo el que partía, pero no llegué muy lejos. Seguro que mi madre puede verme al otro lado de la alambrada. Estará preocupada, sí, seguro. Mamá. Espero que puedas perdonarme. No te preocupes que ahorita me levanto. Perdóname, perdóname, pero si estás ahí mírame, estoy cerca, muy cerca de nuestro hogar, a solo un paso y un salto por la otra alambrada. Ahí está el hogar, tan lejos, pero ahí está.


Y cuando llegué a tu hogar

Te miraré, fría a inerte

Y pondré sobre tu tumba

La verdad más desolada.


Que dudo mucho que pueda levantarme. Que soy prisionero de este sendero así como el ave lo es del alambre. Que mis piernas no responden y mis brazos son de trapo. Que mi corazón late con debilidad y cada palpito duele en mi pecho. Que creo que sí hubo un disparo, alguien me gritó que parara y, luego, solo caí. Que en realidad no llueve y, sin embargo, estoy empapado por aquello que huele a hierro. Que estoy tan cerca, pero mi mirada se nubla y alarga la distancia. El alambre se ha diluido en el cielo y solo queda el ave. Mamá, apenas te vi hace unas horas y ya te extraño tanto como a papá. Y la extraño también a ella. La extraño tanto.


Que te extraño y que anhelo

Que vuelvas pronto a ser

Parte de mi ser (...)


No era Tania, no, ella no llenaba esos paréntesis. Era la alegría, sí. Pero ahora ya no es ella, ahora eres tú. Pensé que me esperabas tras la alambrada, pero creo que allá no hay más que otra esclavitud. Creo que ya estás acá sí, de lo contrario no me sentiría tan pleno. Ese viento eres tú. Sí, esa humedad eres tú. Esta tierra eres tú. Esa pólvora eres tú. Sí, esa ave que ahora abre las alas y levanta el vuelo, eres tú. Te encontré, al fin te encontré, y al fin puedo ser libre. Me quedaré para siempre en este corredor de la muerte y con la flor carmesí pululando de mi pecho, pero libre, al fin y al cabo, libre de los conflictos humanos, libre del desamor y de la poesía, libre de mi madre y de mi padre, de todo lo bello y de todo lo aterrador, libre de mí mismo, libre para siempre. Libertad, esas son tus paréntesis. Libertad.


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